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a tesis de Miguel Angel Asturias hace un análisis interesante sobre la situación de los indígenas. No deja de sorprenderme la forma tan viva, personal y hasta a veces subjetiva en que escribe, pero esto es punto y aparte. Algunas cosas han mejorado, otras siguen igual y otras han empeorado. Me explico: el problema indígena no es un problema solo del indígena per se, es un problema de sociedad, es un problema de Estado y es un problema de nación. La situación de exclusión, de marginación y de discriminación en que se encuentra, aún hoy en el Siglo XXI supone un alto costo social para todos nosotros. La “minoría semicivilizada” a la que se refiere nuestro autor, es eso, una minoría.
Asturias menciona el aspecto físico, moral, de raza y tipo de trabajo que han hecho menos digno al indígena a lo largo de los siglos. Su apreciación se acerca a la mucho a la realidad actual. Muchos critican que el “indio” (sin ningún tono peyorativo) huele mal, que no es higiénico, que solo come maíz y frijol y que es ignorante, entre otros. A este respecto, opino abiertamente que el “indio” tiene poco acceso a agua, no digamos a agua potable; tiene poca información sobre cómo alimentar a los infantes; tiene poco acceso a la educación, sin dejar a un lado acceso a instalaciones dignas, aunado a que las mujeres y los niños indígenas son los más excluidos del sistema educativo y son quienes primero abandonan la escuela. La mala alimentación persiste, muchas veces generada porque el poco acceso a alimentos no permite el desarrollo físico ni mental que necesita todo ser humano para desarrollar sus capacidades. Hay daños irreversibles que son causados durante los primeros años de vida, los cuales tienen un alto costo para la sociedad: bajo rendimiento en la escuela, no concluyen el ciclo escolar y menos obtienen un título. Esto también mina la posibilidad de buscar un trabajo que mejore las condiciones de vida en las que creció la generación de su padre u abuelo.
Hemos avanzado en reconocer la exclusión/discriminación histórica de los indígenas y hemos creado legislación para mejorar sus condiciones. Si buscamos una plataforma que reclame la equidad, qué más que hacer referencia a los Acuerdos de Paz, en donde el Acuerdo sobre Identidad y Derechos de los Pueblos Indígenas contempla el tema de identidad, de lucha contra la discriminación (legal y de hecho – en esta última entramos nosotros), derechos culturales, espiritualidad, entre otros, que demandan resolver las consecuencias de las centenarias faltas cometidas hacia nuestros pueblos. Sin embargo, la implementación y la aplicación de la ley son tareas cuyo plazo continúa expirando cada año. La ley no sirve como ley sino se aplica.
Las demandas de equidad, autonomía, justicia y libertad a las que hace alusión Estuardo Zapeta han hecho necesaria la pronunciación de los pueblos indígenas y han encontrado en los medios de comunicación un espacio para dar a conocer los flagelos que sufren así como encontrar una forma de divulgar sus demandas, de expresar sus valores, los cuales no solo constituyen los de una población indígena, sino de la de millones indígenas y no indígenas. Debemos apostar por la educación bilingüe, por dar a conocer a los pueblos indígenas sus derechos desde la infancia, a tecnificarles para que no vivan en la ignorancia ni permitan más injusticia, así como que conozcan sus responsabilidades como ciudadanos guatemaltecos. Sin duda el desarrollo y el progreso es más complejo en una sociedad heterogénea, históricamente dividida, claro está.
Concluyo diciendo que mientras persista la dualidad entre minoría pudiente, educada, desarollada y de mayoría excluida y marginada, la complejidad de solucionar de manera integral estos problemas persistirá y el progreso de los pueblos indígenas así como la construcción de una nación guatemalteca seguirá siendo nuestra forma de garantizar un asiento en el grupo de los subdesarrollados.
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